Comentario
CAPÍTULO XXXIX
De una defensa que un español inventó contra el frío que padecían en Chicaza
Con estas batallas nocturnas, que por ser tantas y tan continuas causaban intolerable trabajo y molestia, estuvieron nuestros castellanos en aquel alojamiento hasta fin de marzo, donde, sin la persecución y afán que los indios les daban, padecieron la inclemencia del frío, que fue rigurosísimo en aquella región. Y, como pasasen todas las noches puestos en escuadrones y con tan poca ropa de vestir, que el más bien parado no tenía sino unas calzas y jubón de gamuza, y casi todos descalzos sin zapatos ni alpargates, fue cosa increíble el frío que padecieron y milagro de Dios no perecer todos.
En esta necesidad contra el frío se valieron de la invención de un hombre harto rústico y grosero llamado Juan Vego, natural de Segura de la Sierra, a quien en la isla de Cuba, al principio de esta jornada, le pasó con Vasco Porcallo de Figueroa un cuento gracioso, aunque para él riguroso, que por ser de burla y donaires no lo ponemos aquí más de decir que Juan Vego, aunque tosco y grosero, daba en ser gracioso. Burlábase con todos, decíales donaires y gracias desatinadas, conforme el aljaba de donde salían. Vasco Porcallo de Figueroa, que también era amigo de burlas, le hizo una pesada, en cuya satisfacción le dio en La Habana, donde pasó la burla, un caballo alazano que después, en la Florida, por haber salido tan bueno, le ofrecieron muchas veces siete y ocho mil pesos por él para la primera fundición que hubiese, porque las esperanzas que nuestros castellanos a los principios y medios de su descubrimiento se prometían fueron tan ricas y magníficas como esto. Mas Juan Vego nunca quiso venderlo, y acertó en ello, porque no hubo fundición, sino muerte y pérdida de todos ellos, como la historia lo dirá.
Este Juan Vego dio en hacer una estera de paja (que allí la hay muy buena, larga, blanda y suave) para socorrerse del frío de las noches. Hízola de cuatro dedos en grueso, larga y ancha; echaba la mitad debajo por colchón y la otra mitad encima, en lugar de frezada; y, como se hallase bien en ella, hizo otras muchas para los compañeros con la ayuda de ellos mismos, que a las necesidades comunes todos acudían a trabajar en ellas.
Con estas camas que llevaba a los cuerpos de guarda, o plaza de armas, donde todas las noches estaban puestos en escuadrón, resistieron el frío de aquel invierno, que ellos mismos confesaban hubieran perecido si no fuera por el socorro de Juan Vego. Ayudó también a llevar el mal temporal la mucha comida de maíz y fruta seca que había en aquella comarca que, aunque los españoles padecieron el rigor del frío y las molestias de los enemigos, que no les dejaban dormir de noche, no tuvieron hambre, antes hubo abundancia de bastimentos.
FIN DEL LIBRO TERCERO
DE LA FLORIDA